"Entonces los discípulos, tomándole de noche, le bajaron por el muro,
descolgándole en una canasta" (Hch. 9:25).
Las
dos responsabilidades primarias de la iglesia son una interna y otra externa.
Hacia adentro edificar la congregación en la Palabra para que dejen de ser
niños, espiritualmente hablando, a fin de que no sean fácilmente arrastrados
por cualquier viento de doctrina (Ef. 4:14); hacia fuera la responsabilidad principal
es la misión, consistente en cumplir la gran comisión, el mandato de Jesús de ir a las naciones y hacer discípulos (Mt.
28:20).
Generalmente
en iglesias llamadas conservadoras,
la enseñanza bíblica es pieza principal en las actividades congregacionales.
Sin embargo, el tema misionero, no
está debidamente atendido y proyectado por una gran mayoría de ellas. Suele
centrarse en alguna actividad evangelística, la apertura de algún punto de
extensión, el trabajo con niños en lo que algunos llaman hora feliz, y poco más. Sin embargo, muchos desconocen lo que
hermanos nuestros están haciendo en el campo misionero. Uno de los mayores
énfasis en el movimiento de los hermanos,
fue la misión. A principios del siglo pasado y finales del anterior había más
de 1500 misioneros enviados a todo el mundo, sostenidos por fondos nacionales
creados con las ofrendas que las iglesias locales enviaban. Grandes
conferencias anuales tenían como tema La
Misión. En ellas, misioneros invitados contaban lo que Dios estaba haciendo
en el territorio donde servían predicando el evangelio. Cientos de jóvenes
matrimonios sintieron el llamado a involucrarse en la misión. Revistas informativas circulaban en todas las iglesias y el
celo misionero era notable. La consecuencia principal, además de apertura de
obra en cientos de lugares en todo el mundo, fue el despertar espiritual con
avivamientos del Espíritu desconocidos antes. A este compromiso misionero,
siguieron años de decadencia, hasta llegar al tiempo actual, donde la obra
misionera está pasando por la mayor crisis que se conoce. Las iglesias,
escudándose en las dificultades económicas, no están ayudando al sostenimiento
misionero y, mucho menos, enviando misioneros al campo de la evangelización.
Las reuniones especiales para oración misionera,
han desaparecido y, si se pregunta, la gran mayoría de los hermanos, desconocen
en que lugares hay misioneros trabajando. Esto produce un serio debilitamiento
en la ineludible comisión que nos alcanza a todos de predicar el evangelio a
toda criatura.
El
versículo de este Pensando en Alto,
presenta una hermosa ilustración del compromiso misionero. Un misionero en
dificultades, el apóstol Pablo, necesita ayuda de hermanos para poder seguir
llevando el evangelio. Un canasto era todo lo que tenían para hacerlo bajar a
un lugar que le permitiría escapar a sus perseguidores y seguir llevando a cabo
la misión. Ese canasto tenía que ser sostenido por cuatro cuerdas para poder
hacerlo bajar por la parte externa del muro de la ciudad. No se dicen los nombres
de aquellos que le ayudaron, son desconocidos para nosotros, pero no son menos
esenciales para la actividad evangelizadora y plantadora de iglesias. Cabe
aplicar este dato histórico a cada uno de nosotros. No sólo es importante el
misionero, a quien Dios llama a la misión, son también importantes todos
aquellos que con un pequeño esfuerzo personal revestido de un serio compromiso,
pueden ayudar para que el llamado por el Señor a su campo de trabajo, pueda
realizarlo.
La
primera cuerda que tenemos que sostener es la
cuerda de la oración. Oigamos las palabras de un misionero, el apóstol
Pablo, cuando dice a los creyentes: “orando
en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con
toda perseverancia y súplica por todos los santos, y por mí, a fin de que al
abrir mi boca me sea dada palabra para dar a conocer con denuedo el misterio
del evangelio, por el cual soy embajador en cadenas; que con denuedo hable de
Él, como debo hablar” (Ef. 6:18-20). No se resuelve el compromiso de la
oración de intercesión misionera, con alguna convocatoria especial para orar
por los misioneros. Pablo habla de persistir en ello con perseverancia. Las
iglesias han decaído en la oración. Los temas y motivos sueles repetirse
continuamente. Se ora por los enfermos, los necesitados, los perseguidos, por
alguna cosa concreta de necesidades
de la iglesia local, pero la oración misionera es un asunto desconocido en la
mayoría de las reuniones para oración. No hay disculpa alguna para seguir de
este modo, porque cada uno de nosotros podemos tomar esto como tema de oración
personal de cada día.
La
segunda cuerda a sostener es la cuerda de
la ofrenda. Pablo habla del compromiso misionero que tenía la iglesia en
Filipos, así les escribía: “Y sabéis
también vosotros, oh filipenses, que al principio de la predicación del
evangelio, cuando partí de Macedonia, ninguna iglesia participó conmigo en
razón de dar y recibir, sino vosotros solos, pues aun a Tesalónica me
enviasteis una y otra vez para mis necesidades” (Fil. 4:15-16). El problema
de sustentar a quienes viven sirviendo al evangelio, sean pastores o
misioneros, es francamente grave en muchas iglesias. La idea de que el
misionero debe vivir por fe, sin
esperar sustento de nadie sólo del Señor, es lo más absurdo y antibíblico que
se ha puesto en circulación en los últimos años. No cabe duda que el misionero
tiene que decir como Pablo decía: “Sé
vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado,
así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como
para padecer necesidad” (Fil. 4:12). La vida de fe del misionero se pone de
manifiesto en el hecho de salir a la misión. La vida de fe nuestra se expresa
en contribuir generosamente para la obra misionera. Mientras que muchas iglesia
se han volcado en la obra social atendiendo indigentes, y esto es una expresión
visible del compromiso de la iglesia, pero, mientras nos sentimos impactados
por los que padecen necesidad en nuestro entorno, no nos ocupamos en la misma
intensidad para hacer llegar recursos a hermanos nuestros que llamados por Dios
no saben muchas veces como resolver los problemas del suministro cotidiano.
La
tercera cuerda que tenemos que tomar es la
cuerda de la colaboración. Nombres de muchos hombres y mujeres se mencionan
colaborando con Pablo en la obra misionera. No sólo se cita a Timoteo, Tíquico,
Tito o Juan Marcos, sino también a Evodia y Síntique, de las que el apóstol
dice que “combatieron juntamente conmigo
en el evangelio, con Clemente también y los demás colaboradores míos” (Fil.
4:3). La obra misionera necesita colaboración de muchos. Personas que recojan
ropa, medicinas, para suministros misioneros. Jóvenes y mayores que den parte
de sus vacaciones anuales para desplazarse algún lugar de misión y ayudar en la
construcción de edificios necesarios para el servicio misionero en la zona; que
asistan en las reparaciones necesarias en lugares donde es difícil encontrar un
técnico; que se ocupen de páginas informativas en Internet para alcanzar al
mayor número posible de personas, siendo portavoces de algún misionero o de
alguna misión.
La
cuarta cuerda a la que tenemos que asistir es la cuerda de la identificación. La obra misionera no es de algunos,
sino de todos. El mandato de Jesús no tiene que ver sólo con quienes están en
el campo misionero, nos alcanza a todos por el mandato es para todo aquel que
sigue a Cristo. La identificación misionera conducirá a las iglesias a
entregar, si el Señor los llama, a sus mejores hombres. La de Antioquía es un
ejemplo universal. Pablo y Bernabé son enviados a la obra misionera y
encomendados a ella. El Espíritu no llama a cualquiera
a la misión, sino a personas preparadas. La iglesia no debe pensar en enviar al
campo misionero a quien no vale mucho para otro servicio en la congregación. La
identificación misionera exige a las iglesias la disposición de dar a lo mejor
que tienen en su medio, porque esta es la voluntad del Señor.
Es
urgente una reacción de todos en el cumplimiento de la misión. Unos sirviendo
en el campo misionero y el resto sosteniendo las cuerdas que lo haga posible.